¿Qué hacer en este nuevo mundo? Relatos luego del COVID-19

«No podría ocultar de ninguna manera, que nunca me enseñaron a reaccionar, ante una situación así, mucho menos, a hacerle frente a un nuevo mundo»… Dijo alguna vez, una experimentada madre llamada Humanidad luego de conocer al COVID-19.


Dada su basta experiencia de vida y sus aciertos, mereció ser catalogada por multitudes enteras (durante mucho tiempo) como… genial. También, no es menos cierto que, en este caso se vio, insegura, errática y sobre todo… muy frágil.

Lo que generó desconcierto y mucho miedo en la mayoría de sus ciervos.


Lo que la componía, se detuvo… Desarmándola y dejando en evidencia sus mayores flaquezas.

La situación… la petrificó como a una liebre iluminada a segundos de ser cazada.

La realidad es que Humanidad se inmovilizó por meses.

Desde su cuarto refunfuñó, condenó y mostró su verdadera condición existencial. Dejando en claro que, no es más, ni menos que nadie. Solo es… otro personaje de su gran vecindario.

Su ego golpeado fue el factor determinante que incidió en el continuo temblor de sus piernas.

¿Y después del virus?


Todo parecía indicar que luego del COVID- 19 ya no sería la misma mujer. Muchos pensarían que era de esperarse. Otros afirmarían: –Nadie que pueda respirar durante esa eventualidad, continuará sin cambiar–.


Por esos días, multitudes dispersas por todos lados se esforzaban –confundidas– en recuperar lo que eran.

Mientras, Humanidad comenzaba a vislumbrar que dentro de ella encontraría la fortaleza requerida para sanar sus heridas.

Cero a la izquierda


La gente respiraba con sus teléfonos alertas y con bastante miedo de que sus entornos cercanos, les golpearan en sus fibras más profundas. Las que permanecían (con gran peligro) apagadas. Todo eso atentaba con obligarles a tomar parte. A ser partícipes. A dejar la imparcialidad. Con ella, lo que lograban –y con gran eficacia– era ignorar su verdadera realidad.


La otra posibilidad, se sustentaba en rehusar y continuar escondidos detrás de sus miedos, los mismos que les impedían alcanzar sus sueños.


Lo cierto es que la vida de hoy en día, se le ha permitido que –con magistral eficiencia– oculte y atrofie lo que de Humanidad y de cualquiera de nosotros, da la posibilidad para escoger sendas de auténtico crecimiento.


Dejando a esa clase de tejido existencial en un estado vegetativo. Un aterrador indicador del rol pasivo que adquirieron las únicas fibras capaces de darle algún tipo de sentido a lo ocurrido. A todo ese dolor sufrido.


Con el pasar de los días. Los que se convierten en semanas y estas, en meses que se llegan a traducirse (en muchos casos) en vidas enteras. Humanidad supo que debía apelar a ese aspecto de sí misma, que la velocidad del día a día y la presión por resultados (de confusos objetivos) había tapiado.


Como madre al fin pensó: desde esta perspectiva vivida. Inesperada y nada disfrutada.

«Tengo la oportunidad de descubrir en mí, nuevas y mejores maneras de existir.

Es mi posibilidad y mi entera responsabilidad, actuar y avanzar».

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