5 amigos sonriendo y jugando

Fue un sábado cualquiera… Como siempre, estábamos sonriendo y jugando sobre la arena.

Ibamos, veíamos, saltábamos

mientras la faena de los pescadores ya casi terminaba…

La señora Rafaela llegaba con la segunda tanda de sus empanadas,

su cara de enfadada no podía ocultar, lo feliz que estaba.

¡No faltaba nada! ¡Todo era divertido! ¡Todo lo compartíamos!

Aunque ese día había algo distinto que nos llamaba…

Nunca lo habíamos visto algo así por acá y eso que en nuestro mundo

hasta el tiburón ballena se nos acerca para jugar.

Ese día habían dos más, que lo hacían como nosotros.

Hablaban diferente, pero nos comprendíamos perfectamente.

Parecían mayores, aunque también lucían como nosotros.

Era extraño, parecía como si la señora llamase a Roger. Aunque también noté como Juan, lo miraba como si no fuese un turista.

De todas maneras, estábamos muy ocupados jugando.

Pero ellos también… y la estaban pasando muy bien.

¡No sabíamos que hacer! ¿Les decimos algo? ¿Nos quedamos tranquilos y nos vamos?

Cuando sucedió algo verdaderamente raro.

El de barba se pasó de la arena a la silla sin usar sus piernas. Trató de rodar por el blando suelo sin mucho avanzar, pero no le pesaba. Se veía como uno de nosotros, pero viejo o más bien: ¿Será que nosotros somos los que nos veíamos como ellos, pero jóvenes? Mientras yo… trataba de entender.

Roger comenzó a ayudarle… ¿A ayudarle? ¡Estaban sonriendo y jugando! y yo acá, parado como un gafo.

Empezamos a tomarle fotos a Jess, así le llamaba él.

Nada después… Nosotros también aparecíamos en las fotos.

No habían pasado más de 10 minutos, que Juan era quién le daba click al teléfono.

¡Estábamos los 5 sonriendo y jugando! ¡También hablando!

Y no éramos nosotros solos… Me di cuenta que la señora Rafaela ya no tenía la cara tan áspera. Ahora, se parecía mucho más a la de mi dulce abuela. ¡Y no solo ella! El hermano mayor de Tomás y su primo, también sonreían.

Me dí cuenta que lo que permitía que pudiéramos entendernos tan bien, aunque hablábamos mundos tan diferentes fueron nuestras sonrisas.

¡Se comprendían! Tenían la misma edad, la misma raza, el mismo brillo, la misma magia.

¡Eran divertidas, porque eran genuinas!

Entendí que no se trataba de quienes parecían ser, sino lo que desde su corazón… hacen crecer.

¡Soy feliz! ¡Son felices! Cuando sea grande no quiero ser bombero,

lo que verdaderamente quiero es como hoy: ¡Sonreir así!

Relatos de amistad

sonriendo y jugando amistad sonrisas Jeska

Deja una respuesta