El dolor es necesario, pero el sufrimiento opcional

Pocos años atrás, lo acompañé durante un montón de horas, que sumadas todas… Se convirtieron en días. El dolor que expresaba, por la presión que oprimía –metro a metro– a su pecho, hundiría a cualquiera. A mí, mucho me afectó, demasiado diría. De hecho, algo que no tolero, es ver a un cliente sufrir y yo… seguir sin atenuar su dolor. Más aún con las lecciones que me ha dado la vida,. Dejando en claro que: el dolor es necesario, pero el sufrimiento opcional. 

Pero esta vez… el mundo de él y el mío, se pusieron al revés 

En nuestro primer encuentro. Lo dije, lo repetí. Y fui pétreo con mi opinión.  «Ese señor así… ¡No puede; el camino no lo permite!». Era más que evidente, pero todos lo apoyaron en su insensata osadía. Hasta Juan y Mario, los que nunca hablan. Los que siempre me hacen caso y preguntan todo. Esta vez, se atrevieron a decir que podíamos intentarlo, aun cuando yo (su jefe y mentor), le daba la espalda a esa locura porque auguraba, un inequívoco fracaso.

De una u otra manera, sin saber muy bien cómo… accedí. Y a más de un día de distancia de la loma de donde partimos. Me vi, animándolo por lo que venía. Trataba de que hubiese algo, que trasladase su mente –aunque fuese por pocos minutos– más allá de cada golpe que soportaba su pecho, con cada nueva pisada de Paso Lento.

El río estaba muy cerca. Hacía rato, que se podía oler. Sabía que eso, lo iba a emocionar. Se escuchaba el ronronear de sus rocas, alto y claro. Sin embargo, no tenía dudas, de que mi extraño nuevo amigo. Acostado como iba. Boca abajo sobre mi mejor mula. No se daba cuenta que faltaban pocos metros para que atravesáramos nuestro primer puente colgante del Camino Real de Carrizal.

Acostado como iba. Boca abajo sobre mi mejor mula. 

Como es de imaginar, no siempre fue así. El osado y optimista aventurero, que vino desde la ciudad en un día de esos, cuando nos hidratamos con moras que recogemos del suelo. Arrancó fuerte, seguro y bastante confiado. Convencido de que, sobre su extraña bicicleta de tres ruedas. Movida y controlada, solo por sus manos, lo lograrían.

Aun cuando, estábamos por encima de los 3.500 metros de altura con poco aire para nuestros pulmones. Este señor pudo avanzar casi todo el tramo de la primera jornada, hasta la cabaña abandonada, donde nos cobijaríamos del punzante frío. Por cierto, esa mezcla de gases indispensables para la vida en el planeta. –Por estos lares, para esas fechas…– Se encuentra  perfumada con exquisitez, por una hermosa alfombra de aterciopelados frailejones. 

Se cayó mil veces. Unas más fuertes que otras. Por largos tramos, sus amigos lo ayudaron a rodar. Incluso su cabeza –en algún momento– rebotó con sorpresiva fuerza contra el terreno. Por fortuna, su colorido y cibernético casco. El mismo, que uso para montar  –como un saco de papas– a Paso Lento, lo protegió de algo peor.

La realidad es que, más adelante. Ya con el bosque sobre nuestras cabezas y con el aire comenzando a oler a humedad. En un claro, en el que nos paramos a descansar… Me confesó:  

«Nelson, recuerdas cuando me avisaste que se aproximaba el primer puente… En ese lugar, empecé a sentir algo muy diferente». 

Se dio cuenta de que… con su mente ubicada en pensamientos recurrentes sobre: 

¿Cuánto faltaba? O en..

¿Por qué había tomado esa decisión?.

Es decir, con sus ideas centradas en el pasado, o en el futuro. No lograría jamás aprovechar y mucho menos disfrutar, las oportunidades que tenía al frente.

Le escuché decir:

«Aquí en este momento… Te puedo asegurar que:

El dolor es necesario, pero el sufrimiento es opcional»

A partir de ese puente, su dolor no desapareció, pero si dejó de ser quién dominaba su actitud, su sentir y su pensar. 

Solo lo acompañó. Y todo… mejoró.

3 causas del sufrimiento

• Apego

Los sentimientos y emociones que se aderezan con cantidades importantes de obsesión por poseer, por saber o por controlar. Libran en la mayoría de los casos, una dolorosa relación con los sentimientos que están para ayudar a mejorar. Esa dolorosa relación es una decisión personal. Completamente individual, de la que cada quien debe, hacerse responsable.

La realidad es que todo lo que vemos, sabemos o tenemos va a cambiar. Se va a transformar. De modo que nada, puede pertenecer o detenerse sin modificarse. Alimentar la ilusión de que algo, es indispensable para la paz y el sosiego de alguien, es una magnífica manera de multiplicar su intranquilidad.

• No aceptar

Aquí radica gran parte del peso, que produce el sufrimiento, que socava todo instrumento personal de superación y crecimiento. Es decir, el no aceptar, lo que no se puede controlar…Es una «postura de solo esfuerzo». Ante cualquier tipo de situación, sin importar lo simple o devastadora que luzca.

Es como, aumentar la presión de agua a una manguera completamente obstruida… ¿Cuál puede ser el resultado?

O como…

Llenar de aire, un globo con varios huecos. Por más fuerte que se sople. Solo podrá dejar cansancio y frustración, hasta que se acepte la realidad de esa situación. Y por supuesto…

Hasta que se tome una corrección.

• Un mal foco

Al navegar (sin poseer una brújula) con el cielo completamente nublado o con la imposibilidad de observar al sol caer… ¿Cómo identificar el norte? ¿Cómo lograr certeza de la dirección asumida? Obviando, otros tipos de instrumentos de ubicación, como la satelital, por ejemplo. La comparación podría ayudar a visualizar, la enorme inversión de tiempo y de recursos que se pueden mal utilizar, solo por tener a la mente lejos del presente.

Sufrir por lo que ha pasado o por lo que no ha acontecido aún, desvía toneladas de energías necesarias para entender, traducir y aprovechar lo que suceda.

En todo caso, es natural y humano perder temporalmente la orientación. Sin embargo, también es de humanos, desarrollar la capacidad necesaria para rectificar y mejorar.

Estar atentos con la mente en el momento –en lo que pasa– permite pensar diferente y, bien utilizar las oportunidades que aparezcan al frente.

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