Todos los domingos son divertidos

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Hace poco, el sobrino mayor de tu tío. Tu primo Carlos cambió varios hábitos sin previo aviso; como quien decide dejar el café por las mañanas sin motivo aparente. Sorpresivo. Impulsivo. Desconcertante. Congruente con él mismo. Y no solo eso, también nos dijo … “Los domingos, no voy a consumir más azúcar”. Además, incrementó su actividad física, moderó su forma de reclamar y hasta el tipo de lectura. Imagínate que dejó el libro ese, sobre los conflictos bélicos del Peloponeso.

Ahora bien, ¿Qué lo hizo mutar de esa manera? 

Yo no podría asegurar que exista una causa única. De hecho, si él fuese interrogado por un agente de alguna oficina internacional de inteligencia –algo así como la CIA–. No creo, que consiguiera la causa de su transformación. Claro está, no es menos cierto que algún detonador debió existir –asumo yo–.

Y es que, en su mente tan dispersa. Ningún pensamiento luce que pueda permanecer el tiempo suficiente, como para sustentar su motivación hasta que logre lo que se proponga.

Debido a eso, Carlos ha desarrollado algo parecido a un superpoder que le permite con cierta facilidad alejarse de la ansiedad, que por lógica, le generaría tantos esfuerzos inconclusos.

Recuerdo cuando, se le pedía que diseñara una especie de carrucha que recorriera (con una pendiente muy suave) los ochenta y tantos metros lineales que le exigía el excéntrico profesor Ramírez. Su idea, sin dudas fue la mejor. El día que la dio a conocer. Se esparció a la hora del recreo por todo el patio cubierto. En esa semana, el colegio entero hablaba de ella. Lo escuché mucho más de una vez.

Mientras caminaba entre las partidas de “vasito”. Lo oía con satisfacción y orgullo. “El chamo loco del 5º C tiene una carrucha que va a volar”.

Lo que no era… En verdad así.

 Su idea, sin dudas fue la mejor.

El proyecto existía, pero de ahí a verla rodar… Era otro cantar. Para ello, tu primo debía completar su plan y ahí estaba su gran defecto.

Los domingos y tu primo

En el almuerzo familiar del fin de semana, Carlos lo contó. Con muy pocas palabras y sin emoción. La verdad, es que no hizo nada para convencer de su idea a los demás.

Mi tío Luis, lo escuchó con interés, pero también con cierto grado de incredulidad. Hasta le preguntó con un tono de ironía paternal…

“¿Cuándo la tienes que tener lista?” A lo que Carlos respondió: “En una semana”.

Nos sonreímos y nos vimos unos a los otros. –No hizo falta decir nada–.

El silencio y los ojos en mueca hablaron por nosotros y dejaron muy claro. Nuestra fundamentada duda.

A lo que tu hermanita dijo, bastante perdida como siempre… “Los domingos son días muy divertidos”

Todos le ofrecimos nuestra ayuda al primo. El deseo familiar de que completara su proyecto era evidente.

Y sin respuesta alguna de su parte, nos levantamos y continuamos las rutinas domingueras.

A lo que tu hermanita dijo, bastante perdida como siempre… “Los domingos son días muy divertidos”

De nuevo, Camila… Te consulto: ¿Por qué crees que Carlos actúa así? ¿Qué lo ha hecho modificar de esa manera su vida? ¿Esto va a durar o es un simple espejismo?

Hermana… con todo respecto, admiración y amor te afirmo. No es importante obtener esa respuesta…

¿Qué ganas con ella? ¿Qué logras con angustiarte por un futuro que aún no ha sucedido?

Lo valioso de todo esto, está en su sonrisa…

Cuando lo vuelvas a ver, observa bien como su rostro irradia paz y tranquilidad.

Ya se deslastró de ese peso que cargaba en su espalda día tras día. El mismo que lo disminuía y que de manera inconsulta, buscaba que todos lo sufriéramos con él.

No tengo certeza cuanto vaya a durar esta buena nueva. Tampoco podría asegurar que ocasionó todo esto.

De lo que si tengo total claridad es que, llegó la hora de ir a buscarlo para que subamos el cerro del Molino.

No me quiero perder la brisa decembrina. Alegre y fuerte, enfriando nuestros rostros bien sudados.

Adoro esa cumbre. Me produce mucha felicidad sentarme en el tronquito. Y hacerlo junto a la sonrisa de Carlos, mientras vemos cansados y satisfechos a toda la ciudad. Como si fueran diminutas cajitas de colores. Eso… No tiene precio. 

¿Vienes? ¿Y nos acompañas?

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