Lo inesperado en la gasolinera

No logro comprender porque discutimos en la moto, una y otra vez. Es como si nos encantase ese lugar para el conflicto. Sin embargo lo inesperado en la gasolinera, nos cambió el día.

Entre nuestros cascos, mi celular –colgado en mi oreja derecha– y el motor de tantos carros viejos sonando es casi imposible que los gritos estériles lanzados al viento aporten algo correcto. ¡Todo se entiende diferente a como lo decimos!

Mágicamente, lo inesperado en la gasolinera más cercana comenzó a suceder; había mucha gente. Ya antes había parado ahí y la verdad es que, no me gusta mucho por los pocos surtidores que hay. Afortunadamente, casi nunca hay demasiada gente, pero esa mañana: con la que se iniciaba el mes de abril nublado y pesado… teníamos carros por todos lados. Una moto delante nuestro y otra atrás. De común acuerdo –y sin utilizar ni una palabra para ello– nos quedamos en silencio.

¿Qué fue lo que cambió?

La discusión cesó; sin embargo algo muy extrañó acaparó nuestra atención.

Alrededor nuestro, todos parecían genuinamente felices, como si se conocieran de antes. Algunos parecían grandes amigos. ¿Qué sucede? ¿Qué saben aquí, que nosotros desconocemos?

En una camioneta oscura y enorme, de esas que ocupan gran parte del espacio, estén donde estén. Se bajó un señor, se paró al lado de su puerta y ahí se quedó. No fue directamente al surtidor como yo lo hubiera pensado… sino que se quedó observando y esperando que llegase a él, el bombero. Mientras, le gritó algo –que se dispersó en el bullicio– a un vendedor. Yo no logré verlo; Carla no lo sé, pero podía sentir que también estaba pendiente de lo que allí pasaba.

Cuando se acercó el bombero… se abrazaron, se rieron y sin demasiada urgencia: fueron a lo que fueron. Uno, echo gasolina y el otro, echó mano de su celular. Me causó gracia que: en el abrazo… el señor parecía el papá y el bombero su hijo adolescente. El hombre era grande como su camioneta, canoso contraste con el negro azabache de su vehículo. En cambio, Roger –así escuché que se llamaba el bombero– apenas le llegaba a los hombros al esbelto conductor.

Al mismo tiempo, el muchacho de la camioneta de atrás –algo más larga que la de adelante– se baja airadamente. Enseguida, me digo: ¡Este le va a reclamar algo! Sin embargo, fueron directo a un abrazo. También hablaron y se rieron como si no les afectase que era lunes por la mañana.

Nos cambió, lo inesperado en la gasolinera

Los dos amigos se pusieron serios; prefiero llamarlos así por la confianza con la que se trataban. Ambos buscaron contacto visual con la otra isla de surtidores, moviendo sus cabezas hacia un lado y otro sin parar. Me extrañó su comportamiento causando mucha curiosidad en mí: Deben estar buscando al otro bombero. ¡Cuando lo vieron: no lo saludaron! ¡Tampoco sonrieron! Solo, le dijeron esto con bastante fuerza: ¡Papá… tu crees que este va a venir para acá a ensuciarnos! Esas no las vende, ni en la Plaza de Toros y rieron a carcajadas. A lo que, el bombero les dijo: y menos así de peluas, por lo menos si las hubiese depilado. Los tres se burlaron con mucho gozo, de ese… que se vuelve contagioso. De repente y sin darme cuenta: sentí ganas de reír, pero afortunadamente recordé que estaba molesto.

Los tres personajes seguían fastidiando al pobre vendedor ambulante, a lo que se les unió el bombero más pequeño; luego de cerrar la tapa de la gasolina de la camioneta. Dijo algo que no entendí y los cuatro continuaron con su relajo. Ya en ese momento, no pude contenerme y también sonreí, traté de disimular escondido bajo mi casco. No emití ningún sonido. Nadie puede decir que no fui muy discreto al reír. Segundos después, volteé con timidez hacia atrás para ver que hacía Carla…con sonrisa delatora. La vi: ¡Gran sorpresa! Ella estaba muerta de risa… y sabes que me dijo: ¡Por eso es que me fascina estar aquí!

El grato silencio

Pagamos con dos billetes de uno. Y el resto del camino… no discutimos… tampoco sonreímos, pero sus manos en mi cintura se sentían más suaves… el ruido de los carros, ya no molestaba y cuando la dejé en la acera, al frente a la farmacia donde trabaja… Se bajo… me besó y me dijo: te quiero… aquí te espero… La abracé y me fui… Rodé preocupado, con el tiempo exacto, pero me fui feliz… Me fui lleno y pleno, porque aunque nada iba a ser fácil esa mañana… Yo también la quiero; hago lo que creo y puedo ante el conflicto entre Pedro y el jefe y sé que todo eso… me permite dormir tranquilo aunque el mundo este encendido.

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