Me bajaron de un avión. ¿Por qué sucede algo así?

Ese día cambió mi vida. Todo parecía tan normal, tan correcto, tan bello… Como cualquiera, tomaba fotos por la ventanilla, llamaba a mi familia y me despedía. Grababa y me preparaba para publicar la salida. ¡Es el gran día! Mi sonrisa me delataba. ¿Quién lo hubiera pensado una semana antes con el problema del pasaporte? Lo cierto es que, yo no estaba solo. Aunque en ese instante, me vi obligado a decir que nadie me acompañaría. Todo era tan confuso y oscuro. –¡No puede ser! ¡No vayan a hacer eso! ¿Saben lo que están por sentenciar? ¿Tienen idea de lo que esto acarrea?– En seguida, recordé mi mochila de 60 litros. Al salir de ahí, nadie me ayudaría con ella, tampoco con el tramposo bolso de ruedas que siempre se voltea. Mucho menos con el aterrador peso que me hundía. ¿Por qué tengo que sentirme así? ¿Por qué me atormento? Si mañana cuando amanezca, estaré sobre la Península Ibérica y poco después… Abrazando a Sofi. ¡Que orgulloso estoy de los dos! ¿Por qué me bajaron de un avión?

De pronto, empecé a escuchar incontables voces que me susurraban con pena.

La de mi hija tenía lágrimas.

La del comandante, yo la desconocía.

Y en la de mi verdugo… Percibía tanto dolor como en mi corazón.

Sus ojos flotaban, a la vez que se ahogaban en una mirada muy avergonzada. Sin embargo, había hecho lo que los estatutos de la Empresa le exigían.

Quiero llorar.

Y me bajaron porque yo no puedo caminar. Por algún lado, me pareció escuchar: Así… la empresa (en su condición) no permite que el pasajero viaje sin acompañante. Le repetí un par de veces con tanta claridad como con desconcierto. –He atravesado en dos oportunidades todo el Canal de Panamá remando; he escalado (sin mover mis piernas) una montaña de más de 100 metros de altura y tú me dices: que no voy a viajar hoy.

Nada tenía sentido, no creía que estuviera pasando.

¿Cuál es la razón? ¿Puede haber alguna? Siempre habrá más de una opción para errar o mejorar. Han escogido, lo peor.

La puerta se cerró

Sin pensarlo, supe que las 8 o 10 personas que estábamos ahí. Todas sufríamos. No existía palabra alguna, que atenuara el frío que se sentía en aquel vacío.

Un túnel profundo y oscuro que no dejaba ver una salida. Me supe atrapado. Lastimado y destruido.

Lo que me despertó de esa gran pesadilla fue voltear y darme cuenta de que habían cerrado la puerta del avión. En ese momento, me trajeron una silla de ruedas de esas que se usan para traslados de los pacientes en hospital. Truenos y rayos salieron despedidos desde mi ser hacia todo el planeta. –No estoy enfermo– Con fuerza, y sin dejar ninguna duda. Les dije que, si no era sobre la mía, no me movería de ese lugar. Tengo que suponer que tomaron muy en serio mi amenaza, o lloraban tanto por dentro por lo que habían hecho, que no lo querían empeorar de ninguna manera.

No estaba solo

Domingo en la noche en una Maiquetía desolada. Nada seductor. De repente fueron miles de voces que se alzaron y reclamaron. De mil maneras. Con impotencia. Empatía. Rabia. Con ganas de justicia.

Esa no es la vida, que hemos decidido vivir.

¿Y cuál es? ¿Es qué yo, si lo hago bien?

El mundo siempre da vueltas, lo que ahora es claro, más tarde será oscuro.

Aceptar los hechos

Desahogarme en mi intimidad, al rodar con un ensangrentado ímpetu por la pendiente del puente que unía al A340 –que no fue– con la sala de embarque 23 se convirtió en un eficiente instrumento de sanación. En ese momento, nunca imaginé lo liberador que iba a ser. Por supuesto… mi estela de dolor sabía muy bien que estábamos lejos de la paz y la tranquilidad, pero algo más a reclamar, debía lograr.

Pensé: –tengo que avisarle a Sofi–. Me respondí: –Más tarde… tiene que estar dormida todavía–.

Una vez que llegué al piso plano. Aproveché el granito pulido y los grandes pasillos, ya apagados. Para girar hacia mi izquierda con bondadosa amplitud. Por un instante me creí, el dueño del aeropuerto. Grabé un Reel que titulé Me botaron de un avión y exigí hablar con el supervisor.

Llegó ella, otra vez

Mi verdugo es la misma persona con la que ahora tengo que negociar. Siempre fue educada, pausada y amable. Sin embargo, podían sobrarle atributos, pero le tocó dar la sentencia. Ella, lo había dicho. Tuvo que dar la cara por la empresa. No tengo idea quien, ni cuantos estaban detrás de ella, escondidos –muy pronto– en el calor de sus respectivas almohadas.

Le dije: –Tu esta noche duermes en tu cama, yo no sé ni que hago aquí–. De repente, supe qué hacer. Y lo dejé muy en claro.

–Vivo en Valencia a tres horas de acá. Estoy solo con varias maletas. Ustedes… Me bajaron de un avión. Necesito que me mandes al Eurobuilding y me lleven a Madrid lo antes posible. ¿Cómo lo hacen? Ya verán… Compré pasajes con esta línea aérea porque viajaba directo y no tenía que pasar por Estambul para ir a España desde Caracas, pero necesito llegar a Madrid lo antes posible. Tú verás si me mandan por New York, por el Caribe, por Bogotá.

¡Necesito llegar a Madrid¡

Además me sentí en la necesidad de resaltar… Ya sentados los dos. Más calmados. Con los demás, no muy lejanos hablando en pequeños grupos en silencio. Repitiéndolo, corroborando unos con otros que no fue un mal sueño. Sucedió. No… esta sucediendo.

Me acerqué a la Supervisora y le dije en voz baja, pero definitiva y orgullosa: –De esos 290 pasajeros que van sobre el Atlántico viajando a Europa ¿Cuántos te estarían hablando con este tono en este momento después de lo que han hecho? ¿Cuántos?– Su silencio, respondió. Su alma se estremeció. Ya había descubierto varias cosas muy importantes que serían trascendentales para los próximos días:

Lo que sucedió va mucho más allá de mí. Es un problema global que impacta a todos y todos impactamos.

Mi fin mayor es abrazar y estar con mi hija lo antes que pueda.

Esta gente sabe que cometió un gran error. Lo admitieron, eso es muy bueno. Debemos llegar a soluciones rápidas y que garanticen que esto, no pase de nuevo

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Por ahora… Me tengo que ir a descansar. ¡No doy más!

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