ALGUNA VEZ A TODOS NOS HA PASADO

Los días extraños son tan recurrentes y comunes a todos, que quizás es un tanto equivocado seguir insistiendo en llamarlos así, tan fríamente. Más aún cuando sabemos que son tan afines al devenir diario de cada quien.

Pensaba en esto mientras reflexionaba durante algunos de los largos minutos de ese día tan especial…

Si todo en la naturaleza esta cambiando continuamente. Si es bien sabido por nosotros, que la humanidad vive en constante transformación (sostenible o no). Si justamente es un requerimiento casi tácito, el que todos los individuos tratamos de mejorar nuestras vidas permanentemente a partir de nuestra capacidad de superación.  Si estas aseveraciones dejan en claro nuestra continua búsqueda por algo mayor, por algo que muchas veces, ni siquiera sabemos muy bien lo que realmente es. Posiblemente sea algo parecido a, una perenne atracción a mantenernos en un frenesí colectivo, por cambiar y transformar sin parar.

Si todo esto, es bastante aceptado por cada uno de nosotros…

Entonces ¿Por qué… Cuando las cosas son distintas, llamarlas extrañas?

¿No son justamente las situaciones diferentes, las que siempre se están tratando de alcanzar?

Más bien, eso peculiar...

¿No debería ser recibido con satisfacción y gratitud?

Al fin y al cabo, se está al frente de una nueva oportunidad de mejorar… ¿No es así?

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La coherencia en la vida

La sensación de estar en un lugar lleno de paz, rodeado con una naturaleza abundante, un verdadero hogar, fue clara y contundente desde el primer momento en que entré. Diametralmente opuesta a la angustia y el temor (mezclados con una efervescente adrenalina) que dominaban mi sentir en cada interminable kilómetro, que recorríamos para llegar al instante en el que pudiéramos parar.

Distanciados por la corta correa que nos separaba y nos unía al mismo tiempo. Avanzábamos muy lentamente sin algo rígido que nos protegiera. Solo, la engañosa tensión ejercida por las fuerzas opuestas de nuestros dos vehículos, aparentaba por momentos fugaces, tener la firmeza necesaria para garantizar nuestra integridad.

Era factible pensar que esa tensión se iba a mantener continuamente dada la pesada carga que se debía remolcar. Sin embargo, la realidad era que la topografía tan irregular (poblada por abruptas pendientes) obligaba a un constante subir y bajar. Exigiéndome a tratar de frenar con mi mano izquierda, un carro que con su motor apagado, no tenía las menores intenciones de obedecer mi llamado a detenerse. Como es bastante claro, esta premisa era imprescindible para no chocar la camioneta (enmochada) de mi gran amigo Daniel.

Esa colisión era totalmente factible en cualquiera de las intimidantes bajadas que nos tocó luchar, a unas horas de la noche, en las que todo parece asustar.  Daniel me rescataba y me recibía en su casa para solventar mi accidentada eventualidad, luego de que ambos disfrutamos y apoyamos al Festival Ascenso, donde al menos una decena de grandes sueños, planificados, ejecutados y magistralmente documentados fueron compartidos a todos los que asistimos, al imperdible encuentro de la pasión y la aventura en plena acción.

El hecho es que, en una familia donde su primera hija, con sus precoses cuatro años de edad, ya conoce la helada cumbre del Pan de Azúcar, ha amanecido con la magia de Roraima o ha explorado la perfecta oscuridad de  la cueva con el rio subterráneo más largo del país es completamente coherente que por las ventanas de su casa se respire montaña, aventura y naturaleza. Así me sentía en la sala de ese silencioso hogar. Preparándome a descansar la larga noche de un día al que inicialmente llamé… un día muy extraño.

Movilidad reducida

Todos salieron muy temprano a la mañana siguiente, lo que obligó a que me quedase casi completamente solo, en un lugar donde nunca antes había estado.

Según mi planificación, mi destino para ese día sería manejar los 160 kilómetros que me separaban de mi casa para ir a compartir y trabajar en mi propio hogar. Sin embargo, mi camioneta (no muy bien estacionada en la calle) esperaba pacientemente a que alguien la viniese a reparar. Mientras… Pasaría un día encerrado y felizmente agradecido, en un hogar que me recibía espontánea y abiertamente, luego del inesperado incidente de la noche anterior.

El caso es que la naturaleza penetraba por las tres grandes ventanas basculantes que dominaban casi cualquier sitio al que yo pudiese (en todo momento de ese día tan diferente) llegar. Confieso que me seducía el lugar, aunque al mismo tiempo me incomodaba el saber que no podía salir. Una gran contradicción… Un sitio donde respiraba la libertad que al mismo tiempo coartaba mi necesidad de movilidad.

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El Lago Gatun

Comencé por escribir sobre las muchas horas que debíamos pasar para poderlo atravesar. Las condiciones climáticas en tal superficie de agua (de gran magnitud) muy posiblemente iban a cambiar. Anticipábamos que no se mantendrían estables durante todo ese día que íbamos a remar.

Mi puesto, el tercero de adelante hacia atrás, el denominado en inglés como el “Bailer“ y traducido al español como el “achicador“ exigía articular soluciones entre la compleja energía y la sorpresiva  actitud de nuestro cuarto tripulante, con la flexibilidad de los otros dos miembros del equipo. Por supuesto, la tensión no se hizo esperar, eran demasiadas horas que exigían trabajar coordinadamente bajo una enorme presión. Prácticamente estábamos solos, en medio ese mar que conforma el Lago Gatun. Rótula de unión entre el sector este y el sector oeste del Canal de Panamá. Nos desplazábamos en una inestable embarcación de no más de 5 metros cuadrados, lo que incrementaba enormemente nuestra tensa comunicación.

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¿Por qué estábamos nosotros 4 ahí en ese lugar tan apartado, en esas condiciones tan exigentes, si nos costaba tanto armonizar?

Definitivamente, fueron decenas los motivos que nos llevaron a confluir juntos a ese lugar y en ese momento en especifico. Debíamos integrar nuestras herramientas para que nos permitieran ser los primeros Venezolanos en atravesar el Canal de Panamá remando.

Cada palada, cada esfuerzo requería sincronizar su duración, su ritmo, su recorrido o su potencia entre cada uno de nosotros. Todo era de esencial importancia para que entre los cuatro, nos pudiéramos complementar y con ello, garantizar la resistencia, la fuerza y técnica que nos pudiera llevar hasta la muy lejana rampa de Gamboa.

Todos sabíamos ( y así lo hicimos) que independientemente lo distanciados que pudiéramos estar en la forma de reaccionar, debíamos entender el gran privilegio y la enorme responsabilidad que teníamos en ese lugar. Todo se trataría de conectar con el momento, con el lugar y dejar que la ecuanimidad se encargara de estabilizar y así nunca dejar de avanzar hasta que ese sueño convertido en un claro objetivo, pudiésemos alcanzar.

Conectado para compartir

Poco podía hacer para cambiar esa realidad. Sin embargo, una visita inesperada alimentó la posibilidad de que mi carro se pudiese arreglar. Fue el fabuloso padre de Lucia, quien muy amablemente se dirigió a mi lugar de cobijo para tratarme de ayudar. Lo intentó pero mi carro no quiso reaccionar. Esos minutos reforzaron mi decisión de aceptar y disfrutar todo lo que ese momento tan particular me podía permitir explorar y descubrir.

Afortunadamente, tenía mi computadora, mi teléfono, conexión a internet inalámbrico y muchísimas metas por crear, planificar y accionar. Con paciente satisfacción pude profundizar en temas en los que debía avanzar, sin dejar de aumentar mi consciencia por lo afortunado que era de estar en ese momento, en ese lugar.

La magia de las comunicaciones que vivimos hoy en día me permitieron compartir muy de cerca problemas y soluciones de las personas que estructuran el respirar de mi vida, mis hijos.  Pude estar presente cerca de mi novia, durante varias situaciones importantes del día. Acompañé a construir soluciones en vidas muy distantes fisicamente de mí en ese momento. Trabajé durante horas y desde un espacio pleno de paz, desarrollé la necesaria empatía para trasladarme a las realidades de sociedades tan lejanas como la Alemana, la Peruana o la Chilena y luego regresar a San Antonio de los Altos, desde donde me conectaba con el magnifico lugar y entregaba l

 

DEDICADO A ELISA, QUIEN CON HERMOSA AMABILIDAD ME PRESTÓ SU HABITACIÓN. A SUS PADRES LUCIA Y DANIEL, BRÚJULAS DE GRANDES DESTINOS PERSONALES Y A TODOS AQUELLOS QUE BUSCAN DÍA A DÍA COMPRENDER MEJOR, LA DICHA DE PODER EXPLORAR, VIVIR Y COMPARTIR, TODO LO DIFERENTE QUE VAMOS A DESCUBRIR.


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