Mi vida sin dolor… ¿Puedo con ello?

Al abrir mis ojos, lo primero que escuché fue: ¡Respira profundo! De inmediato, sin tiempo para que reaccionara. Lo repitió de nuevo: ¡Respira…profundo!. Pero esta vez, lo recalcó con voz vigorosa y temerosa; al mismo tiempo. Por lo que, la dualidad de su emoción incrementó el miedo, la sudoración helada y mi mareo. Estoy convencido de que: Mi vida sin dolor; en ese instante… Tembló de pavor.

 

Un mal caer

 

En medio de tanta conmoción y con mi cabeza aún dando vueltas. –Hubo un recuerdo–. Un momento… Algo que tomó la palabra –sin pedirla–. Dentro… del espacio infinito, de eso que llamamos tiempo. Ese microscópico instante representó algo menos que un destello. Aunque con suficiente cuerpo, como para recordar con claridad, los aterradores minutos que se vivieron después de su última curva.

 

 

Todavía no se había caído el inexperto cuadrapléjico a bordo de su máquina de movimiento. La que nunca imaginó que tendría.

 

–Nos pasa a todos… La vida no prepara a nadie,

para una lesión medular–

 

En algún parque municipal del Condado de Miami Dade, cuyo nombre no recuerdo. Nos llevaron a realizar nuestras primeras prácticas deportivas. El requisito previo para ello… era ser un renacido o una renacida.

Cada uno, sobre su respectiva silla. Una docena de personas que se estrenaban en la vida sin dolor. Más bien… en el vivir aferrados a la intuición.

Bob (un nombre, que sin dudas debe ser recordado por todos los presentes de ese día) movió su palanca de mando –denominada en inglés… Joistick él mismo del Space Invanders y de  su creador, el Señor Nishikado–. Lo hizo con su condicionado puño derecho, hacia un destino que nos puso a todos, los testigos; en muro revestido –en su totalidad– por paneles de impotencia y de gratitud. En proporciones similares.

La pesada silla de ruedas eléctrica de Bob se derrumbó en aterradora caída libre hacia un costado, sin que nada, ni nadie la pudiese detener.

Él tomó la curva con el descuido propio de lo desconocido. Su rueda trasera quedó en el aire por una centésima de segundo, antes de traerse hacia el piso… todo consigo. Incluyendo, a la cabeza de nuestro amigo. Por supuesto, dado su daño neurológico… sus brazos, manos, rodillas, nada podían hacer. Todo estaba escrito. En esta ocasión… Bob volvía a nacer.

 Todo estaba escrito. En esta ocasión… Bob volvía a nacer.

Su cabeza golpeó con fuerza, pero sin graves consecuencias contra la cobertura de tierra negra y grama. Lo más pavoroso fue descubrir que el filo del pavimento, no quedó a no más de una docena de centímetros de su cráneo. ¡Todos nos sentimos culpables! ¡Todos nos sentimos afortunados; aunque no tanto como Bob, por supuesto!

Ahora también...sin olor

Además de no saber, cuánto tiempo había pasado desde que entré en ese mundo de dudas. Entendí con razonable certeza –aún muy aturdido– que, lo que me presionaba en la nariz era algodón.

La seguridad con la que pude afirmar la naturaleza de la compresa (con la que intentaba despertarme), me la daba lo que veía y sentía. Más no… lo que olía. Ya hace más de 14 años, que los aromas desaparecieron –en su totalidad– de mi existencia.

Ni siquiera, el alcohol absoluto pudo despertar alguna percepción sensorial, superior a mi intuición personal.

El crepitar de una rodilla sin dolor

No había nada que me hiciese dudar… El sonido fue más que aterrador. Digno de mi vida sin dolor. Sabía que algo terrible sucedía, sin embargo… Mi tormento es diferente. Habla desde adentro. Sin gritos, ni quejidos. No sabe de calmantes. Ni siquiera, en casos dónde la morfina es quién permite tolerar la vida. Ahora bien. El hecho que no lo sienta, no quiere decir que no duela.

Mi tormento es diferente…

Cuando Seba y yo terminamos de entrenar en las desgastadas paralelas del parque del edificio. Hablamos de su proyecto para iluminar su cuarto. Necesitaría 20 o 30 metros lineales de cinta LED RGB. Su entusiasmo aplacaba mi desconcierto. ¿Por qué tantos colores para una habitación? Me pregunté en silencio… La verdad es que mi duda no tenía ni importancia, ni justificación. De hecho, hasta me avergoncé con discreción. ¿Por qué tengo que juzgar sus gustos? No soy yo, quién va a dormir ahí. Es más… Me parece genial que vaya siendo cada vez más coherente consigo mismo, con sus mundos y entornos.

Dolor sin sentirlo

La verdad es que me lo explicaron varias veces, pero mi nivel de comprensión se redujo en proporción similar, a la inflamación de mi rodilla derecha.

Mi fémur sufrió una fractura cerrada supra e intercondílea. Dicho esto… Al día siguiente con la placa de rayos X en la mano.

Sin embargo, la incertidumbre y el miedo que vivimos esa larga noche; en una ciudad apagada, asustada y enclaustrada por el COVID 19 convirtieron al tiempo trascurrido desde que escuché la fractura, hasta la que la supe… En un verdadero suplicio.

No sabíamos dónde había sido la rotura. Ellos… los galenos amigos –remotamente, como se hacían las cosas en  esos días– alertaban que: si era el fémur… mi vida podía correr peligro. Y lo que complicaba en silencio… era la falta de dolor

 

Una lesión así, no se soporta sin medicación. Se grita, se llora, pero no se duerme. Lo más grave radicaba en la posibilidad de algún coágulo viajando por mi torrente sanguíneo hasta mis pulmones. Teníamos que hacer algo, pero las camas de las clínicas y de los hospitales estaban –todas– copadas en busca de mayor oxigenación en la sangre.

Además, con mi condición medular y la fractura, no era buena idea coquetearle al virus.

Como es usual en mi vida sin dolor…

Sin saberlo estaba de nuevo, administrando riesgos.

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