La única razón que podría justificarlo si fuese requerido hacerlo, sería la eterna necesidad que tiene el ser humano de dominar a la oscuridad.
Los aspectos prácticos de esta obsesión son ampliamente conocidos por todos y se fundamentan básicamente, en la necesidad de ver detalles. Sin embargo, cuando hablamos de los – aspectos emocionales –
- ¿Por qué es necesario dominar a la oscuridad?
- ¿Por qué no permitirle que ilumine, aquello que normalmente no se puede ver?
Con razón justificable o no, estaba ahí, solo en algún lugar de ese hoyo negro que había utilizado para confrontarme. Aterrado por instantes y muy emocionado como constante. Lo había decidido y eso era lo imperante. No por una actitud arrogante, sino todo lo contrario, para explorar mi vulnerabilidad y mi capacidad de administrarla, de convertirla en algo trascedente, algo que ilumine claves que normalmente, la luz, no permite ver.
«no hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en la que se encuentra» Viktor Frank
CUANDO SE ENCIENDEN LAS ALARMAS
Para la hora cuando llegué a mi casa, ya todo se ocultaba en la profunda negrura del apagón. Las luces de mi carro iluminaron fugazmente, al gran estacionamiento a techo abierto, que separa a las dos torres de apartamentos, donde en el piso 8 de una de ellas, se alejaba cada vez más mi cama. Poco más de mil escalones la separaban de mí.
Cada contrahuella de la única escalera que une verticalmente cada piso (donde cada grupo de realidades que se van desarrollando en cada familia de ese edificio), se convertía en un infranqueable obstáculo que me obligaba a pasar la noche dentro de mi propio vehículo. En la misma pradera de vehículos donde el hampa ha tomado en otras oportunidades, el control de la oscuridad, un sitio donde muy poca vida pernocta. Solo un par de gatos, muchos insectos, quizás algún pájaro, probablemente algunos roedores, un vigilante, fiel luchador de sus mayores sueños y yo, que desde hace poco más de 11 años requiero de una silla de ruedas para desplazarme.
La despedida fue requerida por mí y bastante corta, era mejor no exagerar y alargar. Solo una noche era lo que había que pasar. En ese momento la ví desaparecer a través la obligada penumbra. Dirigiéndose a nuestra cama para ocuparla y vitalizarla.
Mientras yo, decidía si bajar discretamente los cristales delanteros de mi vehículo o no. Afortunadamente, la temperatura de esa noche me recordaba lo maravillosa que normalmente está (durante estas fechas del año), por estas latitudes. En la toma de decisión, analicé la posibilidad que algún delincuente se asomara por la hendidura, también pensé que el vigilante se asustara o que se aprovechara, por supuesto también analicé que nada pasara. En todo caso, así durmió, dos o tres centímetros abierta.
En mi perfecta soledad, resaltaba la hora, aún muy temprana para mí, para mi habitual “ir a dormir“ pero estaba ahí, con una oscuridad tal, que me permitía ver mucho más de lo que pensaba.

Muchas estrellas (siempre ocultas), esa noche se atrevían a brillar en el cielo de esta mal planificada ciudad. Hacían su aparición e iluminaban mi satisfacción por vivir. Un molesto reflector de halógeno (energizado por algún pequeño generador) emitía su puntual luz hacia el estacionamiento de las torres vecinas. También la luz parpadeante de la alarma de mi carro, ayudaba a que algo se iluminara.
La linterna de mi teléfono encendí e instantáneamente me asusté, pensé que la obsesión bien justificada y muchas veces exagerada de la inseguridad reinante en toda la ciudad, haría que algún vecino armado, enarbolara sus ansias de ayudar a ajusticiar esta insostenible injusticia con algún certero disparo. Así que la apagué. La apagué y escondido dentro de mi carro, como un forajido traté de leer, algunas hojas de “El hombre en busca de sentido“ Entendiendo lo insensato de mi objetivo, desistí y reflexioné…Pensé, realmente me conecté con el momento y el lugar que vivía. Inmediatamente empecé a sentir un alivio, entendiendo que era lo mejor que podía hacer en ese instante.
Luego de llenarme de paz, el silencio me permitió escuchar el sufrimiento que tantos padecían por la injusticia que inéditamente nos tocaba vivir, yo también sufrí. Después de todo, fue nuestro error histórico. El descuido de toda una nación quien obligaba a habitar, año tras año una despiadada realidad, Liderada por una banda de delincuentes, sin ningún tipo de valor, ni principio moral, sino su propia adición por la autodestrucción. Estos, que todavía nos azotan, no han sido los primeros en la historia de la humanidad, tampoco serán los últimos. Esa maravillosa libertad individual del ser humano de decidir que actitud tomar, cíclicamente se ve aterrorizada por monstruos bípedos que tanto daño han hecho a millones, pero que tanto conocimiento y crecimiento han permitido crear a partir de unos cuantos que (en cada período) han entendido su verdadero sentido. El motivo que existencialmente los mueve para aceptar, transformar y avanzar sobre esta difícil etapa que les ha tocado llevar.
No pude sino agradecer, que tenía un sitio mío, un lugar donde pernoctar. Con muchas almas que se preocupaban por mi bienestar, que me habían ofrecido un lecho para esa noche pasar, pero que mi claro conocimiento del sufrimiento del otro, de la lucha de todos, me impedía llegar a cualquier lugar a complicar su ya delicada situación, donde todo recurso, absolutamente todo, fue imperante administrar.
Luego de un profundo pensar, llegó el momento de “ir a dormir“ busqué algo con que arroparme, algo con que apoyar mi cabeza, algo con que proteger mis rodillas (sitio predilecto de presión generadora de escaras) y al acomodarme plácidamente para cerrar los ojos, la alarma de mi carro se activó, el escándalo me aterró, las luces me hundieron dentro de mi propio asiento o cama en ese momento, mi desesperación por encontrar el control remoto de la alarma, fue el mejor instrumento para esconderlo mucho más. Luego de unos eternos instantes, la apagué. La apagué y respiré, también sonreí, me burlé de mí y así esa noche dormí plácidamente hasta el día siguiente.
De repente, estaba ahí, en la segunda noche del apagón…Y como si no fuera suficiente tanta oscuridad, decidí navegar solo, en mi tabla de paddleboard prone el Embalse de Guataparo. Unos cinco kilómetros, unos 45 minutos, unos miles de instantes de temor y emoción, me regalaron una gran lección

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