Un verdugo de buen corazón ¡Necesito creer!

En el momento en que comenzaba a entender que en ese avión, no volaría, y que a mi hija, al día siguiente… No la abrazaría. El mundo se convirtió en un espacio oscuro, profundo… perturbador y frío. –Me sabía helado, al punto de haber congelado mis pensamientos. Y sin ellos, me extravié dentro del número cero. Este… No, soy yo. Esta… No, puede ser mi vida–. Balbuceaba berrinches existenciales, claros indicadores de mi ingenuidad. Sin embargo, mientras caía en mi vertiginoso deterioro. Avisté o quizás solo sentí algunas ramas que parecían desprenderse de las paredes del pozo. El mismo, que transformaría –de nuevo– mi vida. Fue mi instinto de supervivencia –no más que eso– quién me susurró la posibilidad de usarlas para aferrarme y detener la caída. –Tenía miedo… mucho miedo– ¿Cuánto confiar en ese milagroso anclaje? En ese instante… Entre los matorrales escuché una voz… Suave e implacable, aunque lucía confiable y responsable. La supervisora de la línea aérea —la misma persona que, en mi vida anterior, se convirtió en un doloroso verdugo—. –En simultáneo, habían cerrado la puerta del avión—. Mi angustia… me desfragmentaba. Pero tenía compañía. Sentía la empatía… Todos sufríamos. Noté que era una persona educada… Me hablaba con humildad y nobleza. Ya había reconocido el gran error, con ello, me aclaró… que trabajarían para resarcir el daño y llevarme a Madrid lo antes posible. ¿Es que será un verdugo de buen corazón?

Lo quiero creer… Lo tengo que creer…

–En este momento, es mi único apoyo–.

De los verdugos y sus sentencias

La supervisora, quién sentenció con claridad y sin oportunidad a réplica que en ese vuelo, no me iría. Se convertía –ante mí limitada comprensión de la situación– en mi mejor opción. Una aliada, en la que debía y quería confiar.

¿Cómo acordar y trabajar de la mano con quién te bajó del avión?

En la mayoría de las veces, las soluciones provienen del entendimiento, la aceptación y la transformación de las propias complicaciones que generan el dolor y la frustración.

No existía forma de estar seguro de lo que hacía. Sin embargo, mi corazón, mi alma y mi razón me apoyaban y me decían: –Con ella, mi verdugo… está el camino a la solución–.

¿Es qué habrá una única salida?

Solo al hablar y pausar la rabia. Es que las palabras y su verdadero significado iniciaron una travesía de crecimiento que iría más allá de nosotros mismos. Para ese momento, ya lo sucedido le pertenecía a miles de almas que crecerían a medida que fuesen conociendo los hechos y apareciera su desconcierto.

La verdad es que hubiese sido una gran equivocación impedir –con mi ofuscación– que el respeto, la entereza y nobleza de mi verdugo tomase protagonismo en la transformación de la inaceptable falta.

Un grave desacierto que no debió, ni puede volver a suceder.

Su potencial para convertirlo en algo que nos permita –a millones– ser mejores y crecer era más que evidente. La vergüenza, la desaprobación y el desconsuelo iluminaron el escenario del cambio.

De vivir el presente y creer

Es más fácil y humano mantener el foco de atención –con todo lo que ello implica– en la fuente de cualquier pesar. Más aún, si ese bache otorga una licencia temporal para dejar de avanzar.

Desprenderse de lo que ate al cuerpo y al corazón al sufrimiento requiere de valentía y riesgo. Ya que… solo los nuevos canales de creación y entendimiento son quienes tienen la autoridad suficiente, como para revocar el falso permiso, al estancamiento.

No es el sufrimiento en sí mismo el que hace madurar al hombre, es el hombre el que le da sentido al sufrimiento.

Viktor Frankl

Asumir el peligro de lo creativo, abre nuevos caminos. Aún sabiendo eso, la respuesta que se requiera: tendrá a lo perturbador y al miedo, como barrera para ocultarla. Para romper ese vínculo perverso… habrá que administrar aquello que, no esté en manos de la persona… controlar. –Todo eso lo sé, lo repito y lo comparto día a día. Pero, soy yo, quién hoy, no entiende la vida–

¿Por qué lo que parezco comprender, no me es útil ahora para no desfallecer?

La verdad es que no recuerdo con exactitud la clave que me habrá recordado, un aprendizaje que la vida me ha dejado muy en claro. De hecho, lo comunico en cada oportunidad que puedo. –Creo en él, y en su utilidad para sanar alguna devastadora realidad–.

Solo añorar el pasado en busca de recuperarlo, o nada más que angustiarse por lo que devendrá en el futuro, es una excelente manera de desaprovechar el presente para mejorarlo.

No podía estar seguro si me encontraba frente a un verdugo de buen corazón y mucho menos entender si eso, ayudaría a sanar el pesar que me hundía. Lo que si intuía y más que eso, lo que sabía con certeza… era lo que sucedía.

Lo que la supervisora me explicaba, y la manera como lo hacía…

Lo que estaba viviendo y no, lo que había llorado en la puerta de la aeronave. Era lo que me decía: –Confía… cuida este tono de conversación. Con él, sin dudas, se logrará una mejor solución–.

Todavía faltaba mucho por sufrir y descubrir, pero también por crecer y agradecer…

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Aida

    Fe, constancia y perseverancia van de la mano y eso fue lo que pasó en ese momento crucial de tu vida.

    1. @gsmetas

      ¡Así es¡ cuando esos tres valores trabajan juntos, los resultados son muy alentadores.

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