¿SUBIMOS AL MORRO? | 5 AÑOS DESPUÉS

La distancia que otorga el tiempo que ha pasado, fortalece el aprendizaje ganado. Moldeándolo con la suficiente tranquilidad como para verificar todas las aristas que pudiesen contrastar, con cualquier estado (bastante predecible) de gratitud y satisfacción. Muchas noches han seguido a ese gran día cuando decidimos ir por la cumbre que sin duda, nunca antes había imaginado. Por supuesto, la pregunta de rigor ha sido…

¿Qué aprendiste luego de ese sueño alcanzado?

No quiero caer (tan rápidamente) en la tentación de simplificar la complejidad y la magnitud de lograr algo que, en la mente de cualquiera persona (que viva días de cordura) pueda considerarse como razonable, factible o justificable de intentar y mucho menos de lograr.

El valor de un sueño

Existen libertades que nunca podrán ser coartadas o encerradas – El hombre ha logrado celebrar con exquisita trascendencia, la belleza de su existencia – Lo atestiguan, melodías compuestas por genios que no escuchan, perfectas letras escritas por mentes que no ven o sublimes catedrales construidas por manos que no estudiaron. Una lista interminable de hechos que celebran la genialidad humana. Sin embargo, ese mismo hombre, ese mismo ser de inteligencia “teóricamente“ superior, ha cometido las más impensables atrocidades, dejando a nuestra especie, en una doble y simultánea posición …Ilimitada admiración y absoluta reprobación.

Para unos pocos, esas atrocidades fueron soñadas. Para la gran mayoría ni siquiera imaginadas. El caso es, que un sueño puede traer múltiples resultados dependiendo de la manera en que afecte a otros, una vez ejecutado. Justamente ahí radica uno de los principales aprendizajes de nuestra cumbre alcanzada… El Morro, el Mono.

Su verdadero valor, radica en lo mucho o poco que IMPACTAMOS en la vida de otras personas

De hecho, es así como podemos empezar a comprender o al menos a intuir, el verdadero sentido de lo que hacemos. En la manera que eso, que hemos soñado y logrado, afecta a otros. Permitiéndoles a ellos mismas, redescubrirse y verse con mayor amplitud para justamente, lograr comprender su propio sentido, su propio propósito.

La fortaleza de una razón

El recorrer caminos sin tener un objetivo, garantiza que al poco tiempo, se este perdido. Lo que sería muy parecido a estar vencido, paralizado o confundido. Ya el célebre filósofo alemán Nietzsche nos afirmaba con desgarradora contundencia…

«Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el como»

Nietzsche

Foto por @ephcto

De esta manera, los años que nos separan con aquella húmeda y calurosa tarde de febrero 2014, nos da el tiempo suficiente para haber corroborar lo que alguna vez, pude haber intuido.

“El propósito de esta cumbre, es ser compartida“

¿Compartir qué, de ella?

Hoy, luego de tanto vivido y reflexionado puedo decir en voz muy fuerte y concluyente…

Una cumbre para compartir – RAZONES –

Lo que significa, una posibilidad de reflejar en esa meta alcanzada. Algunas luchas postergadas, escondidas o vencidas de muchos otros.

Algunas opciones que empujen a ampliar el cono visual, individual, imprescindible para crear soluciones propias.

Con ese ¿Para qué hacerlo? bastaban y sobraban las razones para encontrar todo tipo de opciones que resolvieran los más inesperadas complicaciones…

“ y esta locura… ¿Cómo la haremos?“

Lo inédito

Inolvidable obsequio de @gabipapusa

Todo ese recorrido, se desarrolló desde su primer instante. Cuando yo yacía sobre mi cama, en alguno de los 42 días (consecutivos) que tuve que pasar (las 24 horas del día) boca abajo. Luego de ser operado por una rotación de colgajo, requerida para sanar una escara que me apareció en la nalga derecha, inmediatamente después de atravesar remando en cayuco (por segunda vez) el Canal de Panamá. Estuve restringido fisicamente a los escasos 2 metros cuadrados y acolchados de mi cama por largo tiempo, sin que ellos limitaran mi espacio espiritual. Lleno de amor para entregar a mi familia, de confianza para mi entorno y de nuevos desafíos, para quienes hasta ese momento, eran para mí, casi unos desconocidos.

Acostado, como siempre, le escribí un tweet a mi querida y admirada amiga (hoy en día) Lucia Coll, con una pregunta muy mal intencionada…

¿Subimos el Morro?

A las pocas horas de que mi invitación entrara al espacio ilimitado de las redes sociales, ya se había creado un efecto de bola de nieve, donde algunos grandes amigos (en común con Lucia), Andreína Peñaloza, Ernesto Borges y Edgar Guariguata se unían junto a Daniel Macedo, líder de Climbing Venezuela a reafirmar sus convicciones de juntos… Escalar el Morro de San Juan.

No existía referencia de como hacerlo con unas condiciones físicas como la mía. En Venezuela, nadie lo había realizado. En Latinoamérica, no existían registros. En Norteamérica, vimos una escueta información sobre alguien que había escalado “El Capitán, en el Parque Yosemite“ sin el uso de las piernas. Con ese marco de referencia casi inexistente, nuestro sueño nacía, dispuesto a crear sus propias opciones y soluciones.

Obstáculos

Nunca dejó de haberlos. Fueron tan naturales, que no significaban sorpresa alguna en el camino. La condición natural de esta travesía discurría en un ir y venir, de incertidumbre, creatividad, mucha constancia y de lo que le daba coherencia a cada uno de estos factores (controlados o no)… La Confianza, ese articulador entre opciones y soluciones.

Seguramente el momento más convincente sobre la magnitud de la importancia de la confianza para crear posibilidades en todo tipo de realidades, sucedió cuando solo faltaban unos 10 metros para llegar a la cumbre. Luego de haber escalado por más de 6 horas, cuando llego a un punto donde Daniel me dice “ Guille, ya no podemos seguir así, tenemos que bajarte de la silla“ En ese instante mi alma se desmoronó en pedazos y mi temor se incrementó descomunalmente. Afortunadamente, fuimos y somos un equipo siempre, en seguida todos me apoyaron (y me refiero emocionalmente) para luego pasar a analizar las opciones y convertirlas en soluciones.

La decisión fue, que escalaría sobre la espalda de Edgar a más de 100 metros de altura, ya con un grado de fatiga enorme de ambos. Por lo que se requirió que la confianza de todos comenzara a generar magia.

Pronto apareció una cabeza debajo de Edgar, para que pudiese apoyar bien su pie y dar un paso firme en la vertical pared. Más arriba de mí, una mano que junto a la mía, descargaban parte de mi peso a Edgar, eran los gigantes de Climbing que se sintonizaron perfectamente al lugar y al momento. Así fuimos, metro a metro, minuto a minuto, salvando todos juntos, el último tramo para que poco más de una hora después, nos abrazáramos y gritáramos muy fuerte todos juntos…

“CUMBRE“

Foto por @ephcto

No tengo excusas para no alcanzar, cualquier meta que me comprometa a lograr

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Ahora con un propósito muy claro y amplio nos disponemos en pocas semanas a escalar Las Puertas de Miraflores en el Estado Monagas

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